tu xhën y el mal aire
Sou fã deste texto, veio de Oaxaca – México há um bom tempo (2004) e estava em ellerni.org – não achei mais na web e acho que deveria estar – então volta. Escrito por Kiado.
Cuando la tierra se abre con verde y vida,
Nace de nuevo la palabra,
En el árbol que canta,
Que es nuestra casa y nuestro camino.
Kiado
Los hombres e mujeres de Yagavila consideramos que el tejido de relaciones que hacemos con los demás es primordial para que nuestra familia y nuestra comunidad caminen.
Aquí se aprende que todo se basa en ayudarse unos a otros. No se menosprecia la labor de nadie, sino que se valora lo que cada uno tiene y lo que cada uno da. Compartimos con los demás hermanos nuestros para cuidar de la naturaleza, la que nos da vida y nuestros sagrados alimentos, el sol que cobija a nuestro pueblo, los árboles que nos dan su canto, pidiendo la lluvia para que el río siga su andar en los mundos diferentes.
Desde hace mucho tiempo, cuando no existía el tiempo, los Bëne xhidza existimos porque somos uno grande, un tu xhën. Sabemos bien cómo vivir en armonía; sabemos que somos hijos de la tierra; que el maíz es hermano nuestro; que nuestra palabra nace del guajolote, nuestro hermano mayor; que el aire del presente fluye entre nosotros, que somos ustedes. Nuestros principales encienden las velas para todos los hijos de la madre naturaleza, ellos mismos nos enseñan a cantar y danzar para ella. Sí, la tierra es un enorme corazón, un enorme seno al que estamos pegados todos sus hijos, con sed de cosecha, de leche con verdadero sabor a leche de mujer, a lo que saben las cañas de la milpa mordiéndolas tiernitas. Por eso, el abuelo Yaga echee las sembró profundo para que enraícen, para que no dejen que flaquee el ánimo, para que no clave su colmillo la envidia y que no se desate la ira.
Los abuelos son sabios porque se saben la palabra de los dioses, saben los secretos de las nubes, las montañas, el viento, todos lo saben nuestros viejos. Pero no sólo lo saben para ellos, lo que saben es para todos, es de todos. Nuestros viejos nos van revelando a nosotros, sus nietos todos los secretos para dominar nuestro espacio compartido, pero no tan rápido, como una piedra que cae; para que se comprenda bien la sabiduría de los abuelos, tiene que hacerse de poquito a poquito, lento, como una planta que crece.
De nuestros abuelos aprendemos de su experiencia, nombrando bueno autoridad para hacernos responsables de caminar con el pueblo, de contentar las familias, junto al fuego estamos todos juntos. Vivimos haciendo acuerdos para hacer nuestro corazón grande, juntando todos los corazones y los pensamientos se hace uno grande, un tu xhën, para nacer en la palabra, la palabra sin mentira, la palabra buena que crece en el suelo fértil.
Para arreglar el problema de adentro y de afuera, entre personas y comunidades, el problema se arregla con los consejos de nuestros principales. Todos los problemas se saben hablar porque todos ponemos un poquito de nuestra parte; así, todos nos quedamos tranquilos, todos convivimos de modo comunal.
Los padres siembran las milpas e nosotros, los hijos, cuidamos de ellas para estar y sentirnos bien. “¿Pero qué pasará el día que vuelva el mal aires?”, se preguntan nuestros principales, y me dicen: “Cuando pasa el mal aires llega el conflicto y la división”. Así pudo pasar con nuestro tu xhën, el tiempo intentó partirlo en pedazos, pero no vivimos en el tiempo, usamos la palabra tiempo para aludir a algo que pasó. Este uno grande (camino, naturaleza, entorno) este trío, lo quisieron disolver con el mal aire, pero nosotros seguimos haciendo nuestro tu xhën.
Es cierto, la aritmética hace que algunos pensemos en términos de cantidades, en términos de grande y pequeño. Nuestros jóvenes de hoy empiezan a sentir celos de sus demás hermanos. Como ya pueden multiplicar, empiezan a medir la tierra (y a nosotros mismos) por su precio. Pero estos hermanos nuestros, manipulados por los otros, no prosperan con su modo de ver, sentir, pensar y actuar el mundo, porque se convierten en otros y se van de estas tierras. Esto nos hace preguntarnos si nuestras normas de convivencia y nuestro sistema de valores seguirán cambiando. ¿Las cantidades de dinero y tierra se volverán más importantes en las condiciones de vida y de las relaciones entre personas? ¿El “nosotros” será sustituido por el “yo”? ¿Ya no querríamos ayudarnos entre nosotros? No sólo se romperían las relaciones comunitarias por esta nueva forma de pensar, sino que perderíamos muchas oportunidades de aprender y compartir el saber.
Me dice mi abuelo Bako que después de que pasó el primer viento de afuera, hace mucho tiempo, cuando no se contaba el tiempo, un hombre robó la tierra del otro y una mujer inventó un chisme a su comadre, una autoridad se vendió por dinero y humilló al que tenía menos dinero, los hijos perdieran el respeto a sus padres… Ya para entonces todos habían colaborado con la mala obra, una mala palabra, un mal pensamiento, sucios se pusieron sus corazones. El mal aire llegó hasta la milpa, cortó las mazorcas que ya estaban macizas y las levantó por el aire y el aire que tocaba el maíz se enfureció y se hizo fuerte, poderoso, rabioso, el viento bailaba con las nubes, les contagió su rabia y la tempestad se convirtió en ciclón.
El ciclón se llevó las casas bonitas, todos los templos hermosos, las obras, bellas, los pensamientos limpios. Fue entonces que los hombres y mujeres guajolote nacieron el aire propio, el gran aliento, el aire nuestro sabe respetar lo propio y adecuar lo ajeno a nuestro propio circulo en movimiento, el Bë nii, el aire de adentro, despertó e corrió al mal aire y a las nubes negras de occidente.
Ahora, mira cómo el maíz empieza a pintar de verde la milpa, mira como la lluvia empieza a aliviar lo seco y duro. Los dos, maíz y comunalidad, nos dicen que tenemos que esperar, que hay de resistir, que hay de vivir en el presente, sensibles a nuestro espacio. En él andamos hoy, los que anduvimos ayer, los que mañana andaremos.
Así, sentado como estás, te invito a volver la mirada hacia adentro buscando esa cosa que oíste que llaman corazón. Nunca te importó saber si tenías algo dentro, y al oírlo nombrar sentiste sólo un pequeño estremecimiento y lo olvidaste todo.
Sabemos que nuestra vida está transcurriendo sólo en el momento y asumimos valerosamente esta profunda incertidumbre. En la medida en que reconocemos el pasado y vivimos el presente, podemos alimentar esperanzas: por eso tratamos de vivirlo, de transformarlo, de convertirlo en nuestra casa y camino. Suponemos que el futuro es probable e incluso puede ser posible, pero nunca es cierto, nunca hay confianza en lo que será.
Y si les comparto estas historias no es para entretenerlos y quitarles el tiempo que necesitan para hacer sus cosas. Se las cuento porque estas historias vienen de tan profundo, desde este rincón. Nos recuerdan que pensado y sintiendo se trae el agua para curar la tierra. Con el corazón y el cerebro tenemos que sernos arco iris para que los hombres y mujeres del presente, de los distintos mundos, anden de la oscuridad a la luz.
Porque las historias que nos vieron nacer no corren el tiempo ni el espacio, viven con nosotros pasando encima la vida, porque esto es la vida y el mundo para nosotros. Cuando los más viejos de los abuelos de nuestros pueblos hablan historias que vienen de muy adentro, señalan la tierra para aprender de ella como la madre de todo, nuestras historias no se escriben en libros detrás de letras, números y papel, sólo se habla y se platica. Estas historias son cambiantes, pero siempre conservan su profundidad en lo nuestro, en lo propio, en nuestros espacios llevando nuestro corazón en la mano, en nuestra habla la voz de nuestra palabra.